(1) Escribía Edward Bernays allá por los años treinta que la propaganda es «el mecanismo por el cual se diseminan las ideas a gran escala, en el sentido amplio de un proyecto organizado para extender una creencia o una doctrina», y que la propaganda moderna intentaba crear o dar forma a los acontecimientos con el objetivo de influir sobre las relaciones del público con una empresa, idea o grupo.
Progresivamente la política ha ido asumiendo los criterios empresariales e introduciendo prácticas de marketing para llegar al cliente potencial, al elector, para movilizarle o para disuadirle. Es decir, que la política se compone cada vez más de propaganda.
(2) La dinámica histórica siempre ha ido por delante de la legislación, que ha tratado de poner diques a las estrategias de propaganda y de sugestión cognitiva. Así ocurrió con la prohibición de la publicidad subliminal tras los célebres experimentos de James Vicary y la inserción de imágenes durante la proyección de una película (‘Picnic’) en un cine norteamericano (‘Fort Lee Theater’), que causaron el aumento considerable de la venta de palomitas y de bebida.
Sin embargo, la exploración científica de los recodos mentales son terreno yermo para la experimentación con nuevas formas de marketing político, más o menos propagandísticos, más o menos sensoriales.
(3) En España, la ley electoral establece una duración para la campaña electoral, como si pudiera dibujarse una frontera con la pre-campaña, pero formalmente no es sino una pérdida de tiempo y de dinero. Es más, el conocido «día de reflexión» ni siquiera existe en algunos países avanzados de nuestro entorno, aunque en otros se extiende hasta los tres días, periodo de vacatio sin soflamas políticas que más de un ciudadano agradecerá..
Si recuerdan las jornadas previas a las elecciones generales del 14 de marzo de 2004, convendrán en la inutilidad de intentar controlar la decisión de voto poniendo límites artificiales.
(4) El pasado lunes 8 de julio conocíamos que el Tribunal Supremo no veía ilícito en que el Presidente Bauzá pidiera «un gran aporte de votos» el mismo día de las elecciones. Conozco a políticos municipales que ni siquiera tuiteaban aquel día o el día anterior, por si acaso. ¿Por si acaso un tuit provocaba una ganancia o pérdida masiva de votos? ¿Realmente alguien piensa que el voto se decide así? El legislador parece que todavía sí.
(5) No nos cansaremos de repetir que la campaña es permanente y que, como afirma el experto Gabriel Colomé, las campañas no duran 15 días, sino 4 años. Y este hecho es una oportunidad para políticos y también para votantes.
Para los políticos supone una ventaja que la campaña sea permanente porque les brinda la oportunidad de darse a conocer ante su electorado durante un plazo de tiempo mayor. Uno de los ejemplos más claros tiene un nombre: José Antonio Rodríguez.
¿No les suena el nombre? Es muy posible que lo conozcan como Alcalde de Jun (Granada), por su omnipresencia en las redes sociales y su interacción bidireccional con el resto de internautas. A principios del mes de julio del pasado 2013 se conoció su decisión de concurrir a las primarias del PSOE de Andalucía, donde podría recoger la inversión de su presencia online; el trabajo en las redes de @JoseantonioJun ha sido su mejor campaña, gane o no. Es más, su decisión de recoger avales a través de Internet demuestra que cree en la red no solo como medio de difusión, sino como instrumento de acción, algo que pocos políticos tienen claro, aún hoy, también dentro de su partido.
Para el votante, la permanencia de la campaña es también una ventaja. Como receptor del mensaje, el ciudadano dispone de los mecanismos para diseñar su estrategia de voto a largo plazo, gracias a la llamada «nueva visibilidad» (como la definió John B. Thompson) de los políticos, es decir, la exposición masiva al escrutinio público.
(6) Cuando los políticos sean realmente conscientes del poder de las redes, serán ellos mismos quienes pidan abrir las listas, para que los votantes sean quienes decidan el ganador de la competición según su trabajo, y no por el designio de unas directivas partidistas. Democratizar los partidos, le llaman algunos. Saltar la barrera entre ciudadano y representante, le llaman otros.
Evolución, en suma.