Una buena comunicación no salva un entorno tóxico

Y el marketing tampoco.

La toxicidad en entornos laborales, aunque parezca un concepto nuevo, es algo antiquísimo. Ocurre que ahora utilizamos el concepto ‘tóxico’ para muchísimas esferas de la vida y probablemente vaya a perder su potencialidad, si no lo está haciendo ya. Si todo es tóxico, nada lo es.

Pero yendo a la materia que nos interesa, hay ocasiones en las que una empresa en fase de metástasis, con las estructuras hechas de activos tóxicos, espera que una campaña de marketing o un trabajo eficiente de comunicación, haga ver al resto que el edificio no presenta aluminosis. Seguramente recordarán campañas publicitarias como la de salida a bolsa de nueva Rumasa, con anuncios televisivos, inserciones en prensa y otros soportes. Quien tenga un poco de memoria, asociará Rumasa a problemas, y la reaparición de aquella marca en un proceso de financiación era algo similar a lo que contamos: vender a través de la comunicación y el marketing algo que se intuye que va a colapsar, salvo una intervención urgente e integral.

En casos como estos, la agencia puede aconsejar, asesorar y limitarse a ejercer su trabajo de la mejor forma posible, conociendo el destino final del proyecto. De los fracasos se aprende más que de los éxitos. Ocurre que en el proceso, la toxicidad ejerce una gravedad increíblemente contaminante, que en no pocas ocasiones suponen un sobreesfuerzo y un sobrecoste en apagar fuegos y en retener talento, porque la toxicidad es un crematorio del talento. De hecho, generalmente los entornos tóxicos están dominados por personas cuyo único talento es el de la supervivencia a cualquier precio, como en esas partidas de arcade en el que sabemos que el personaje morirá pero llegamos hasta el final; una suerte de kamikaze.

Un consejo: dejen que el kamikaze termine la partida solo, y salten del avión, del barco, de la empresa o de la organización que piense que con más marketing y mejor comunicación harán ver que el mamotreto no se cae a trozos.